Lo responsable era quedarse

En aquella época en la que Pedro Sánchez salía en Salvados y parecía desafiar mínimamente el statu quo, las portadas y el interior de los periódicos se llenaban de titulares y entrevistas con Felipe González y Susana Díaz, en un intento de desacreditar a un líder más izquierdista de lo que convenía. Ahora que es más que evidente que Pedro Sánchez es uno de los candidatos del sistema, si no el candidato por excelencia, y que Unidas Podemos parece ser el único contrapunto real; la prensa, la radio y la televisión llenan sus páginas y tertulias con Íñigo Errejón. No porque haya decidido dar un paso al frente de cara a las próximas elecciones, sino precisamente para que lo dé. La campaña viene de lejos.

Podemos ha cambiado mucho en los últimos años. Hay quien vaticinó prematuramente la muerte de Izquierda Unida y aseguró que sería fagocitada por la formación morada. Pero también hubo quien siempre tuvo claro que había una izquierda republicana que nunca se vería representada en el PSOE ni en el populismo originario de Podemos, y que consideraba que era bastante improbable que eso pasara. Al final, más bien lo que ha sucedido es lo contrario. A pesar de que Podemos es el principal partido de la coalición, y de que es sin duda el que cuenta con un altavoz mayor, es Izquierda Unida la que ha arrastrado ideológica y estratégicamente a Podemos. Con la diferencia de que Unidas Podemos cuenta hoy con un poder de influencia que Izquierda Unida jamás soñó. El Pablo Iglesias que participó en los debates electorales de este abril no tiene nada que ver con el Pablo Iglesias del primer Vistalegre. Y algunos celebran este cambio, pero otros no. Errejón es de los que no.

El ahora portavoz de Más Madrid ideó un Podemos que nada tenía que ver con el actual. Se trataba de un partido que aumentaría su base electoral (a priori sin cambiar el contenido de las propuestas políticas) gracias a un lenguaje que se alejaría más del de la izquierda marxista clásica; que sería capaz de incluir a cualquier ciudadano, con independencia de su ideología. Nada de clases sociales, ni de capitalismo voraz. Había que disputarle la idea de España a la derecha; resignificar la palabra patriotismo; apelar al pueblo llano, sin distinciones. Pero ese proyecto, menos agresivo, no convenció a la mayoría de su militancia, que decidió virar precisamente hacia un discurso clásico, pero actual. No se trata de hablar de España, sino de hablar frontalmente de la precariedad laboral y vital que padece la mayoría social española. A partir de aquí, todos los acontecimientos han sido la crónica de una muerte anunciada.

Quienes conocen a Íñigo Errejón –y quienes no, también– saben que el líder madrileño nunca tuvo ninguna intención de dedicarse a la política autonómica. El salto al ámbito estatal era una mera cuestión de tiempo, y el momento ha llegado antes de lo que cabría esperar (¡tan solo 4 meses después!). El porqué, además de su evidente interés por la política nacional, lo ha explicado de forma clara y concisa la periodista Lucía Méndez, del diario El Mundo: Errejón siempre ha pensado que la militancia estaba con Iglesias y el electorado con él; que el verdadero Podemos es el suyo. Y la única manera de demostrarlo es adelantar lo que siempre fue su objetivo: medirlo en las urnas.

Errejón podría haber esperado a relevar a Iglesias unos años después, como era previsible en un inicio. Podría haber peleado por que su corriente se abriera camino dentro del partido hasta convertirse en la hegemónica. O podría haber aceptado el resultado de Vistalegre II y haber entendido que los proyectos colectivos se construyen a pesar de los más que probables desacuerdos; que los líderes, aun siendo un elemento importante, no lo son más que la colectividad. Pero la política engancha y uno acaba por sentirse imprescindible. Así que Errejón ha acabado forzando la máquina hasta que le ha dado el resultado que quería, poniéndose a sí mismo por delante del proyecto común. Ha decidido ser el cabeza de lista, y ha decidido serlo ya, aunque sea fuera de Podemos.  

Si los medios de comunicación no estuvieran tan ocupados intentando asfixiar a Unidas Podemos y/o a Pablo Iglesias, haya motivos o no los haya, ya se habrían llenado páginas y tertulias declarando a Íñigo Errejón el político más personalista de la última década. Pero como están demasiado ocupados, es probable que Errejón nunca tenga que responder a muchas preguntas que, sin embargo, parecen imprescindibles (ya sucedió con el pelotazo urbanístico que se aprobó con los votos de Ahora Madrid). Se me ocurren, por ejemplo: ¿qué tiene que decirle al casi medio millón de madrileños que le votaron para un mandato de cuatro años en la Comunidad de Madrid? ¿Es responsable abandonar tan solo cuatro meses después un proyecto al que se había comprometido previamente? ¿Qué puede ofrecer al resto del país una plataforma que nace exclusivamente en Madrid, con gente de Madrid, y como respuesta a los problemas de Madrid? ¿De dónde salen las personas que se presentan en el resto de las provincias? ¿Cómo van a elaborar un programa electoral en menos de un mes? ¿El programa consiste únicamente en paliar la abstención y facilitar un gobierno del PSOE? ¿Qué diferencias programáticas reales existen con Podemos, sin tener en cuenta lo estratégico?

Si todavía nos quedara tiempo para algo más, también podríamos preguntarles a todas esas candidaturas que ya se han unido a Errejón en el resto del territorio, a qué se están uniendo exactamente. Si todavía no hay estructura, ni personas, ni programa. Solo Errejón. ¿Con Errejón basta?

Es difícil hacer que un proyecto colectivo funcione, máxime cuando se va a contracorriente. Requiere aunar voluntades muy distintas, asumir contradicciones, dar la cara por cosas de las que uno no está del todo convencido, y llevar una mochila cargada de experiencia pero también de errores. El que abandona a medio camino, por cobardía o egocentrismo, nunca podrá liderar un proyecto colectivo, porque nunca entenderá lo que eso significa. La crítica, el desacuerdo y la deliberación son fundamentales dentro de cualquier proyecto que se diga democrático y de izquierdas. Pero me niego en rotundo a premiar el comportamiento de los que no utilizan esa crítica para hacer que los proyectos crezcan, sino para crecer a costa de ellos. El que juzga desde la comodidad de fuera, sin mochila, no es responsable, ni valiente. La valentía es el esfuerzo del que se queda a mejorar lo que ya se tiene. Y lo demás: puro teatro.

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