La Bella y la Bestia: una relectura feminista

El pasado mes de marzo se estrenaba en los países hispanohablantes la última adaptación del ya tradicional cuento de hadas La Bella y la Bestia y, pocos días después de su estreno, la Policía Nacional de Ecuador sorprendía a todos con un cartel en el que Bella aparecía con la cara magullada, se entiende, como resultado de la violencia de la Bestia. La Policía buscaba con ello aprovechar el tirón de la película para lanzar una nueva campaña en contra de la violencia de género. El mensaje acompañado por el cartel rezaba así: 

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Dejando a un lado lo que, en mi opinión, fue un acierto por parte de la Institución, lo cierto es que La Bella y la Bestia esconde en sus personajes y su historia muchas reflexiones que, lejos de representar otra versión más de los cuentos de princesas inertes a los que estamos acostumbrados, se insertan dentro de las reivindicaciones feministas actuales e históricas.

Si fijamos la atención en los personajes de Bella y Gastón en vez de en los de Bella y Bestia, advertimos fácilmente que el verdadero antagonismo se da entre ellos y no entre los segundos.

Cada uno de ellos representa una terna de ideas que no es casual, ni nueva. En ella confluyen la bondad (manifestada como solidaridad y pacifismo), la sabiduría y la condición de mujer. Bella sueña con otros mundos a la altura de sus anhelos y encuentra en los libros una vía de escape que la transporta a través del tiempo y el espacio sin salir del pequeño pueblo en el que vive. Cuando su padre es secuestrado por Bestia y debe sustituirlo para salvar su vida no lo duda ni un segundo, probando su valentía y el amor hacia su progenitor. Pero su coraje -y su amor- no acaba ahí, porque una vez en el Castillo, y aun estando encarcelada, su actitud sigue siendo desafiante al mismo tiempo que no renuncia a sacar lo mejor de Bestia. Y lo consigue. 

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La asociación entre bondad y sabiduría, así como la representación de la mujer como símbolo de rebeldía pacífica y resistencia frente al tirano han sido una imagen recurrente a lo largo de toda la Historia del pensamiento, la literatura y la realidad misma. Lo vimos en la Antígona de Sófocles, máxima representante de la misma, y lo seguimos viendo hoy en día en cada punto del mundo.

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En orden de aparición: mujer con flor frente a soldados en el Pentágono, Washington, 1967; Saffiyah Khan frente a Ian Crossland, líder del grupo de extrema derecha English Defence League (EDL), Birmingham, abril 2017; Maria-Teresa Asplund frente al ultraderechista Movimiento de Resistencia Nórdica (NRM), Estocolmo, mayo 2017; Lucie, niña scout frente a una manifestación organizada por el DSSS, partido de extrema derecha, Brno (República Checa), mayo 2017; y fotograma de La Bella y la Bestia. La similitud entre las imágenes habla por sí sola.

Cuando hablamos de feminismo, no solo hablamos de la incorporación de las mujeres a un mundo de hombres, es decir, un mundo hecho por los hombres, a medida para los hombres (que copan el espacio público y privado) y bajo la perspectiva que les proporciona su posición personal y social en el mundo. Hablamos también de cambiar las normas por las que nos regimos, de sustituir los modelos de liderazgo masculino basados en la imposición y la violencia por otros más inclusivos, solidarios y pacíficos que faciliten la convivencia en armonía; es decir, más femeninos. No porque todas las mujeres sean automáticamente más pacíficas que los hombres, sino porque requieren cualidades tradicionalmente atribuidas a la mujer. Si bien en el fotograma aparece Bestia y no Gastón, es este último el que representa el modelo masculino -y machista- del que hablaba más arriba y que aparece representado en los hombres de las fotografías, la otra terna de ideas: la ignorancia ligada a la violencia y ambas unidas a la masculinidad (nuevamente, no por el mero hecho de ser hombre sino por las cualidades atribuidas y exigidas tradicionalmente a los hombres, como la fuerza).

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A medio camino entre estos dos modelos, en los que el antagonismo es puro e integral (la buena es completamente buena y el malo es completamente malo), encontramos el personaje de Bestia que, a pesar de ser estéticamente el más alejado del rostro humano, es el que mejor refleja su condición. Es bastante improbable encontrar Bellas y Gastones en la vida real, ya que la realidad es a menudo compleja y está llena de claroscuros, pero todos somos un poco como la Bestia: tenemos distintas facetas -mejores y peores- que se manifiestan y desaparecen en función de la situación y de las decisiones que tomamos, es decir, tenemos la capacidad de elegir y, sobre todo, la capacidad de cambiar y evolucionar. La Bella y la Bestia supone una defensa del modelo que representa Bella (el modelo femenino-feminista), el triunfo de la mejor faceta de cada uno, del amor libre, la solidaridad y el pacifismo frente a la violencia, la imposición y la guerra.

El cuento original

Como muchas de las historias de Disney, La Bella y la Bestia está basada en otra anterior, en este caso, en un cuento tradicional francés del siglo XVIII del que se conocen diversas versiones. Las más conocidas son las de la escritora Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve (1740), autora de la primera versión, y la de Jeanne-Marie Leprince de Beaumont (1756), autora de la versión más conocida, que supone una revisión muy abreviada de la original. Más allá del análisis que se pueda extraer de la película a la luz de la sociedad de hoy, indagando un poco sobre las versiones originales del cuento se comprueba que el carácter feminista que hoy se le puede atribuir no nace solo de la evolución de esta línea de pensamiento sino que en su versión inicial ya tenía un claro mensaje de denuncia. No por casualidad sus autoras, en ambas versiones, son mujeres; y no por casualidad su origen se remonta al siglo XVIII, momento en el que las mujeres empezaron a escribir de manera más generalizada, especialmente en lo que concierne a las novelas.

Como ya lo fuera la Elizabeth Bennet de Jane Austen en Orgullo y Prejuicio, Bella se muestra prácticamente como un álter ego de su autora, que transmite a través del personaje sus propias aspiraciones, frustradas dentro de una sociedad de hombres. Bella, como la escritora, encuentra en los libros lo que la sociedad le niega, y sueña con un mundo en el que sus deseos tengan cabida.

Todas las readaptaciones de la historia se han basado en la versión de Beaumont, incluida la de Disney, que sigue el esquema tradicional de los cuentos de hadas. Sin embargo, la versión original de Villeneuve, mucho más extensa que esta, recoge a través de sus personajes principales y de un largo elenco de personajes secundarios todos los entresijos de la vida en sociedad, realizando una crítica severa a los matrimonios de conveniencia a los que se sometía a las mujeres de la época.

Más allá incluso de la crítica a la subordinación sistemática de la mujer a los deseos del hombre (padre o esposo), se deja entrever una crítica más profunda aún, la de una sociedad superficial en la que precio es igual a valor. En la versión inicial del cuento, Bella era hija de un rico mercader y hermana de dos muchachas presuntuosas y vanidosas. Sus hermanas – que recuerdan bastante a las hermanastras de Cenicienta – rechazaban a todos sus pretendientes esperando encontrar un noble que se casase con ellas, pero cuando el mercader pierde todas sus riquezas, estas pierden con ellas a todos los candidatos, que dejan de cortejarlas para buscar otras mujeres con mejores dotes. Cierto día, uno de los barcos del mercader llega al puerto con mercancías, y las hijas mayores le piden que les traiga joyas y vestidos, mientras que Bella solo le pide una simple rosa. Regresando a casa, el padre de las tres jóvenes se pierde en el bosque y llega al castillo de la Bestia, y el resto de la historia transcurre más o menos como en las versiones posteriores. La rosa ha sido símbolo de numerosas cosas a lo largo de la Historia; de paz, de perfección, de amor y, sin lugar a dudas, de sencillez. El personaje de Bella se convierte, pues, en una reivindicación de la sencillez y la humildad frente a la vanidad de la sociedad, reflejada en sus hermanas y en los candidatos que las cortejaban.

Quizá es ambicioso atribuirle todas estas reivindicaciones a la historia de La Bella y la Bestia ya que, inevitablemente, se entremezclan las intenciones reales de la autora con la mirada del que observa, que no está libre de los filtros del tiempo y el espacio en que vive. Sin embargo, creo que analizar el cuento desde una perspectiva feminista es en cualquier caso provechoso e instructivo, y puede ser útil a la hora de examinar otros cuentos tradicionales.

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